“Di güanderful, güanderful” Copenhague

Migrar a Copenhague fue una experiencia muy especial en la búsqueda y consolidación de nuestro hogar.

El título de esta entrada se lo debo a un comercial de Eurovisión, uno de los concursos musicales más relevantes de Europa y del que no tenía ni idea de su existencia hasta que nos mudamos al viejo continente; lo mío era el Premio Oscar (de quiniela y todo) y, si me presionas mucho, el Miss Venezuela (que quizás te suene) y luego el Premio Ronda (que si lo conoces es porque eres paisano y mayor de 25, así que dejémoslo hasta allí).

En todo caso,  si ven el comercial, además de apreciar algunas imágenes de la que es una de las ciudades más hermosas que he visto,  tendrán también un ejemplo del sentido del humor del danés, cosa que sin duda fue un plus en nuestro paso por la capital escandinava.

Este “post” se me ha resistido. Lo comencé a escribir hace casi dos meses con la primera entrada de la serie de Dónde está el hogar. Si bien tenía la idea central de lo que quería decir, luego de terminar la primera versión, aunque se entendía y la historia estaba hasta bien contada, sentía que carecía de alma.

¡Ding, Ding, Ding!

Ahí estaba la clave. El texto reflejaba lo que, hasta el día de hoy, recoge mi experiencia danesa: una cultura que disfruté desde el rol del espectador, no del protagonista.

Ver y no comprar

Rosenborg Palace, Copenhagen
El castillo Rosenborg, está rodeado del jardín real más antiguo de Dinamarca, su construcción, en el estilo renacentista ,se inició en el 1600.

Te invito a que te pongas en mis zapatos:

Visualízate caminando por un centro comercial, incluso si prefieres, por un boulevard, lo que tú decidas, que sea un espacio agradable, amplio, con luz natural, con tiendas, plantas, sonidos… que evoque placer.

Cuentas con todo el tiempo para caminar, para detenerte a observar las vitrinas.

Recibes un mensaje, te han hecho un regalo y puedes escoger lo que quieras. ¡Hay tantas cosas bonitas! Finalmente decides entrar a una de las tiendas para medirte esa camisa, esos pantalones que tan bien se ven en el mostrador. Te los traen, te los pruebas, pero la talla no es la adecuada:

Muy grande, otros por favor.

Esta vez muy pequeño, otros por favor.

No te luce como lo imaginabas, sal corriendo por favor.

Eso haces, salir y seguir intentando. Nada.

En algunas tiendas hasta te miran como preguntándote, ¿Está seguro de que está en el lugar correcto?

¿Cómo te sientes?

¿Triste? ¿Frustrado? ¿Confundido? ¿Todas las anteriores?

En este ejercicio, me veo a misma saliendo un poco decepcionada de las tiendas, comprándome un rico helado (porque el cupón del regalo me lo guardo hasta conseguir lo que me guste y me quede bien) y continuando mi caminando, disfrutando del lugar y de las vitrinas.

Pues bien, eso fue lo que hice en una de las ciudades en las que hay más bicicletas que personas:

Típico almuerzo danés “smørrebrød”. La torre del fondo es el parlamento
  • Además de helados, algo de la variedad gastronómica que ofrece el puerto: la capital nórdica es la casa del que fue, según la revista Magazine, el restaurante número uno del mundo por 4 años consecutivos, Noma; y la de otros 24 restaurantes con estrellas Michelin. Sí, comer y beber es parte importante de esta cultura, y para la mía, así que “check”, “check”, “check”.
  • No solo vitrinas, sino la forma de vida, conocida en otras latitudes como el “Hygge”, de los altos y estilizados vikingos, quienes pueden presumir de tener la monarquía más antigua del mundo: la reina Margarita es descendiente del rey Gorm el viejo, fallecido en 958.
  • Y tanto como caminar, pedalear. Hoy en día me declaro fan absoluta de andar en bici por la ciudad.

Ahora, volviendo al ejercicio del centro comercial, mi cupón de regalo se quedó en eso, en cupón.

El desafío de migrar a Copenhague

Gefión, Copenhague
Tobias en la fuente de Gefion y sus alrededores, uno de mis lugares preferidos en Copenhague

Si bien mi compañero y yo entendíamos que nuestras circunstancias y necesidades eran distintas a las de nuestro paso por Noruega, padres de un niño de año y medio y a la espera del segundo, nos tomó por sorpresa tener que enfrentarnos con obstáculos que creíamos ya superados. Nuestra expectativa era la de encontrarnos con más similitudes que diferencias, y aunque Noruega y Dinamarca son países vecinos, con historias compartidas, también es cierto que los separa mucho más que el mar Báltico.

Fue como cuando llegas a lo que crees es la cima de la montaña, y una vez allí notas que es solo una parada y que la cima se encuentra mucho, pero mucho más arriba.

Entendimos pronto que Dinamarca sería para nosotros un lugar de paso. Aquello de poder cultivar nuestros valores y construir un hogar en el largo plazo en tierras nórdicas se empezó a convertir cada vez más en una idea difusa. Poco a poco nos fuimos dando el permiso de soñar con la vida que queríamos tener y no con la que se supone que debíamos tener, que sin duda era la que se nos estaba ofreciendo.

Fue, y sigue siendo, una etapa de vivir en carne propia la afirmación que hace Brené Brown en su libro Los dones de la imperfección:

“El universo te desafía a desechar lo que crees que debes ser y a aceptar lo que eres”.

Y es sobre ese desafío que va la última entrada de esta serie, y de la que desde ya quisiera hacerte parte.

Contar mi historia es una invitación a conectar con la tuya, que a través de las experiencias que describo puedas enunciar lo que has vivido, lo que vives, aprehenderlo y reflexionar sobre qué estás siendo y estás haciendo en tu nueva ciudad, nuevo país… y ¡hasta nuevo trabajo!. Así que te dejo estas preguntas para que sigamos acompañándonos y descubriendo juntos dónde está el hogar.

¿Te sientes integrado a tu entorno?

¿Qué puedes hacer hoy para que tu experiencia como inmigrante sea más significativa?

¿Cuáles son esos valores culturales que te enriquecen, y cuáles necesitas honrar para sentirte vivo, conectado?

¡Cuéntame y te cuento! Puedes comentar aquí, o en mi cuenta de Instagram @coachthaisg

Atardecer en Copenhague
Atardecer invernal. Østerbro a las 15

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